Beethoven, que toda su vida estuvo enamorado de alguna mujer, sin suerte –elegía primas, cuñadas, condesas– y además le gustaba sentir amor (de tener sólo una de las dos posibilidades, dicen que mejor sólo amar que sólo ser amado), pero el compromiso, la constante vida en común, la obligada renuncia a hacer lo que le diera la gana en cada momento, y su obra, en este caso sin duda esencial trascendente única, le impidió disfrutar de lo físico mucho tiempo.
En este primer movimiento (que como todo lo importante demasiado conocido conviene escuchar como si fuera la primera vez, y no quedarse sólo con la repetida melodía), elegía y duda se manifiestan en un rumor de fondo casi idéntico. Hasta podemos sentir que Oblómov está sentado a la orilla del río de la vida, cientos de tresillos que ruedan monótonamente. Y puede verse el origen de tantas piezas románticas cortas, así como una inspiración para algunos compositores actuales minimalistas. Ya aquí se rebela contra la norma de un primer movimiento rápido en forma sonata. En muchas otras ocasiones volverá a ser precursor y modelo.
Beethoven - Sonata Piano nº14 en do sost. menor
Op.27-2 'Claro de Luna'. Rubinstein. 1962
Dos años después Giuletta se casa con un conde y Beethoven ya te imaginas cómo se siente. (Parece que años más tarde ella quiso acercarse a él, pero entonces no le interesó.) Al tiempo sabe que se está quedando sordo, ¡un músico!, y su desesperación le lleva a escribir el Testamento de Heiligenstadt con 32 años, dejando abierta la posibilidad del suicidio. Lo que a los deterministas les haría pensar en que se acabó su carrera, a él le lleva a dar un nuevo paso de gigante, comenzando su segundo periodo, fieramente romántico, con dinámicas nunca vistas, diabólicas; sonatas como Waldstein, La Tempestad y Apasionada, sinfonías de 50 minutos como la Tercera 'Heroica' (recuerda que Beethoven compone 9 sinfonías cuando Haydn compuso al menos 104) y la Kreutzer, sonata para violín y piano (1803), en donde todos sus combates y rabias se manifiestan.
La compone pensando en un violinista polaco mulato, Bridgetower, y casi la llama “Sonata per uno mulaticco lunático”, pero un enfado entre ellos hace que se la dedique al entonces famoso virtuoso francés (de padre y apellido alemán) Rodolphe Kreutzer. Ya es gracioso que le haya quedado este nombre cuando éste no la interpretó nunca, por ininteligible, como la mayoría del público que la consideraba “terrorismo musical”. Hay que imaginarse, en esos años todavía de música galante, la mayoría de las veces interpretada en palacios y salones privados, lo que supone este vendaval de pasión, estos ritmos abruptos, esta brusquedad melódica y la discusión que entablan los dos instrumentos por arrebatarse el tema.
La compone pensando en un violinista polaco mulato, Bridgetower, y casi la llama “Sonata per uno mulaticco lunático”, pero un enfado entre ellos hace que se la dedique al entonces famoso virtuoso francés (de padre y apellido alemán) Rodolphe Kreutzer. Ya es gracioso que le haya quedado este nombre cuando éste no la interpretó nunca, por ininteligible, como la mayoría del público que la consideraba “terrorismo musical”. Hay que imaginarse, en esos años todavía de música galante, la mayoría de las veces interpretada en palacios y salones privados, lo que supone este vendaval de pasión, estos ritmos abruptos, esta brusquedad melódica y la discusión que entablan los dos instrumentos por arrebatarse el tema.
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