miércoles, 6 de mayo de 2015

1 ¿Cómo empiezo?

Pudo ser ese día. 1975. 
En París, que luego se acabó convirtiendo en la ciudad elegida, se produjo mi epifanía de la música clásica hace exactamente 40 años. Lo recuerdo con bastante precisión. Tenía 20 años, estudiaba 3º de Físicas y fuimos de "Paso del Ecuador". Quizá fue en marzo, porque seguía haciendo algo de frío y nos nevó un poco. 

Bajando por los Campos Elíseos (qué placer era viajar entonces, incluso a París, casi nadie viajaba, no sabéis lo que os habéis perdido, es una de las pocas ventajas de ser más viejo ─la mayor es haber vivido─), entramos en uno de los pasajes comerciales, no sé si el del Lido o más abajo, y en él, a la derecha, sonaba esta música:

El coro completo (número 11 de la ópera) podéis descargarlo con Claudio Abbado y la Orquesta del Teatro de la Scala (1975).

Iba con Carmelo y alguien más, pero es a él al que le dije, y con él entré en la tienda de discos a preguntar qué música era esa que estaba puesta. Nabucco, de VERDIel coro de los esclavos,"Vuela, pensamiento, en alas doradas". Un disco recién salido entonces, dirigido por un español (argentino) Waldo de los Ríos. (Poco después "supe" que eran unas versiones un tanto ligeras, pero estos momentos no se eligen.) Quedé hechizado. ¿Por qué? ¿Qué tenía aquel momento, aquel lugar, qué tenía en mi cabeza para que resonara aquella música en mi ser y desde entonces la música clásica haya sido una parte esencial de mi vida? Porque creo que los grandes comienzos son siempre así, pero no lo sabemos en ese momento y tampoco después encontramos las causas que lo hicieron posible. ¿Serán necesidades profundas de nuestro cerebro que ─como cuando el cuerpo necesita comer lo sabe─ encontrando algún estímulo en resonancia se abraza a él como si le faltara y ya no lo suelta? ¿No es así enamorarse? Más que nada, la necesidad de amar del que se enamora, importando algo menos de quién que el lugar, el momento, la ansiedad que sentimos.


(Yo entonces solo pensaba en los coches, los rallies, la carrera ─sin gran entusiasmo, pero a gusto─ y Marisa.)
Estuve preguntando a Carmelo, ¿cómo empiezo?, y al día siguiente fuimos a comprar el disco que me recomendó, mi primer disco de clásica: RIMSKY-KORSAKOV,  Sheherazade, Las Mil y una noches... La obra completa podéis descargarla en la versión de Gergiev y la Orquesta del Kirov (2002). 


Quería hacer una introducción antes de hablar de música, pero "caramba, se me fue la mano" ─como dijo la madre de Borges al cumplir 95 años, ¡4 antes de morir!─. Me ha costado decidirme y me ha costado empezar, porque hoy en red se puede encontrar de todo, y yo no he estudiado música, sólo haré lo que sé, explicar de forma simplificada todo lo que se necesita para que te guste la gran música, que como los sabores más desarrollados necesitan ─al comienzo─ un guía para no perderse en un jardín tan extenso. Aunque sin París, sin Nabucco, sin Carmelo, sin mis 20 años, sin lo que no sé que tenía en la cabeza en ese momento, sin mis desvanecidas ansias y complejos quizá no se habría dado nada de este placer de escuchar música, y sentir que «Sin música, la vida sería un error» (Nietzsche).


Termino con Kleiber (Sitta europaea, Trepador azul, Nuthatch, en la lista roja de especies amenazadas). Porque la música se hizo imprescindible cuando le vi y escuché (y también recuerdo perfectamente el estado de emoción física que me produjo) el 11 de octubre de 1987, el mismo año del vídeo, con las Sinfonías 4 y 7 de Beethoven.


Strauss. El Murciélago. Obertura

En el año 89 dirige el Concierto de Año Nuevo. De ahí es la grabación que os podéis descargar. Os tendré que hablar más. La música necesita de intérpretes para que exista, y tendremos también que hablar de ellos, de sus versiones. Mi referencia es Carlos Kleiber.


Creo que es la ausencia de guía y las revelaciones en encuentros al azar (radio, etc.) lo que produce un verdadero amor hacia la (blanca y muerta) gran música.
Es una frase complicada y yo pretendo explicarme de forma sencilla, pero me parece una reflexión que no puedo dejar pasar: Si queremos que alguien sienta amor por algo, se necesita que intervenga el azar, que en un momento dado produzca una descarga que apasione. Por eso los buenos profesores son importantes (pueden hacer de mediums) y los mediocres tan nefastos para conseguirlo.

(La gran música, hecha por blancos que están muertos, vaya detalle provocador y exacto.)

 
 


 
Para mis nietas o nietos.
(¡Va a ser un niño!, pero ahora se lo dedico a Elisa. 5 octubre 2017)

(Y ahora, 23/03/23 tengo también una nieta, Odissea Greta, 3 meses ya.)


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