La escucha ideal es la suma de tres planos distintos, el plano sensual o de los sentidos; el plano expresivo o de los sentimientos; y el plano musical o intelectual. El primero es también el que antes nos llega, con cualquier música, incluso para odiar su tachín-tachín insoportable. Es inmediato, nos hace mover los pies (ritmo), bailar, tararear, cambia la atmósfera del lugar en que estemos (para bien o para mal). En algunos casos sirve de evasión, con lo que usamos la música para olvidar preocupaciones, sin escucharla. El último movimiento de la Tercera Sinfonía en Re mayor de Schubert (con 18 años) es ritmo puro, siguiendo la forma sonata que explicaremos pronto.
El plano expresivo alude a los sentimientos, desde los originados por la naturaleza (tempestades, lluvias, vientos, amaneceres,...) hasta los relacionados con la nostalgia, el amor, la separación, la traición, los celos,... A veces los compositores buscan eso, el sonido de las gotas al caer (y al oyente cándido es eso lo que le gusta), o ponen títulos como Pastoral o Apasionada o Patética, Sueño de una noche de verano, El mar, Claro de luna, Pasión según San Mateo, etc. con lo que nos dicen el fondo sobre el que la obra se desarrolla, pero en las grandes obras esto no quiere decir que tengamos que identificar cada melodía necesariamente con un sentimiento o un meteoro. Pero sí nos produce serenidad, exuberancia, pesar, triunfo, ira o deleite, con muchos matices para los que cuesta encontrar palabras. Incluso la gran música no siempre nos produce el mismo efecto, como el río de Heráclito no es el mismo ni lo somos nosotros. (Y en momentos de depresión la escucha de la música más amada se hace imposible, del daño que nos hace al revolver nuestra tristeza.)
El tercer plano, el musical, técnico, intelectual o racional es el que tiene que ver con la propia música, su lenguaje, el conocimiento de su gestación, de su época, su compositor, su importancia en la historia, sus versiones, su estructura, las formas de sus movimientos, los distintos timbres de los instrumentos, la mayor o menor armonía entre ellos, el reconocimiento de sus melodías y sus modificaciones, etc. (No se trata, como alguno gusta de hacer, sobre todo en Alemania, de llevarse la partitura al concierto y seguirla mientas se interpreta, como tampoco un pianista es mejor si toca exactamente todas las notas.) Porque ─aunque esto es un tema de debate muy interesante─ no disfruta menos del cielo nocturno el que conoce el nombre de estrellas y constelaciones, y las identifica, el que distingue la luz de los planetas, el que tiene alguna idea de los miles de trillones de estrellas, de su duración, tamaño y distancia. Cuanto más activa sea la audición, cuanto más completa en los tres planos, más disfrutaremos. Yo me asombro al ver a tantas personas paseando por las salas del Louvre como quien pasea por un bosque sin saber el nombre de los árboles ni artistas, solo buscando hacerse una foto cuando encuentren la Gioconda o la barbacoa.
Cuanto más se escuche más gustará, más se aprenderá, más gustará,... Pero, para que guste más, la calidad del sonido escuchado es una variable importante. Sobre todo cuanto más monumental sea una obra ─cuantos más instrumentos contenga (TÍMBRICA), cuanto más cambie la intensidad del sonido (DINÁMICA) pasando de los pianísimos (ppp) a los fortísimos (fff)─ más impresiona oír una interpretación en directo. Los matices sonoros se aprecian poco en una grabación de baja calidad técnica y en unos altavoces de bajo precio. Y el hecho presencial, estar frente a unas personas que en ese momento y en ese lugar en donde estás producen una belleza sonora que cambia el ambiente y puede hacer cambiar algo en ti o producirte emociones (placeres) distintos a los demás.
Para recordar o conocer algunos timbres hay dos composiciones famosas. El cuento para niños de Prokófiev Pedro y el Lobo, y la Guía de orquesta para jóvenes de Benjamin Britten.
Prokófiev: Pedro y el lobo
La esencia de la escucha es la memoria auditiva. Casi toda la música clásica se identifica y se construye en base a uno de sus elementos principales: la MELODÍA (los otros son el ritmo, la armonía y el timbre). Aunque al crecer nuestro conocimiento, no sea tan necesario, tenemos necesidad de seguir cualquier proceso de forma narrativa. Así también una sinfonía (que habitualmente consta de 4 movimientos o partes) es como una novela con sus personajes, sus historias y su destino. No quiero decir que la música sea una novela o una película, pero me parece que nos gusta acercarnos a los hechos artísticos con una empatía hacia ello, identificación o repulsa. Cada melodía es un argumento, o un personaje, como queramos y, aunque no es necesario le asociamos un carácter, masculino o femenino, valiente, melancólico, generoso, calmado, violento, etc.
Nuestra atención debe enfocarse en retener cada melodía, identificarla cada vez que vuelva a sonar, idéntica o modificada, con los mismos instrumentos o con otros, más rápida o más lenta, etc. Es más difícil que en una novela, porque los sonidos son más abstractos que los personajes, el sonido desaparece, se produce en el tiempo, pero la esencia de qué hacer en una obra musical es la misma que en una película o una novela, atención a lo que sucede, imaginar qué puede suceder después, oír si los temas cambian, se oscurecen, triunfan, desaparecen derrotados. Memorizar y reconocer las melodías principales al escuchar es el requisito fundamental para disfrutar.
1-01. Wagner Anillo Introducción
1-02. Wagner Anillo El símbolo fundamental en El anillo
1-15. Wagner Anillo El amor es otro de los símbolos centrales
2-02. Wagner Anillo Hay varios motivos de amor independientes
Y el comienzo de la Tetralogía, en la primera grabación completa y de referencia, la de Georg Solti y la Filarmónica de Viena de 1960.
Al principio casi no se oye, porque es un maravilloso crescendo (la intensidad va aumentando) y accelerando (la velocidad aumenta) sobre el acorde de mi bemol que describe el amanecer y los movimientos eternos de la corriente del Rin.